Teoría del fútbol: Fútbol venezolano, un hecho cultural con identidad propia

“Ser seguidor de un equipo de fútbol tiene un contenido eminentemente emocional –y casi irracional- que se sustenta en la perdurabilidad de unos símbolos que fuera de ese mundo tendrían un valor muy escaso. El nombre de la entidad, su ubicación geográfica, sus colores, son factores que una multinacional podría modificar para mejorar su negocio y ganar más dinero, pero que un club de fútbol no debería permitirse cambiar si no quiere perder parte de su esencia. Para entender esto, es necesario tener un mínimo de sensibilidad, o bien, un mínimo de inteligencia, suficiente para darse cuenta de que nunca salimos a la calle con banderas de Danone por mucho que nos gusten sus yogures o tampoco nos emocionamos con los logros de Bayer por mucho que sus productos nos alivien nuestros males”.
Roger Vinton, 2015.
A través de su historia, el fútbol ha tenido entre sus adversarios a una importante facción de la intelectualidad. Basta recordar a Jorge Luis Borges y su desprecio por esta actividad cuando dijo que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.
Al fabuloso escritor argentino se le reconocen dos episodios inolvidables que relatan su desprecio por esta actividad. El primero cuando anunció que durante la realización del Mundial 78 abandonaría Buenos Aires, algo que no hizo y cambió por la realización de charlas sobre la inmortalidad, entre otros fascinantes temas; el segundo se dio tras conversar con César Luis Menotti. Una vez finalizado el encuentro, Borges llegó a decir: “Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”.
No obstante, las ideas y los conceptos están para ser debatidos, aún cuando en la acera contraria se posicionen mentes tan brillantes como la del mismo Borges.
El fútbol posee una serie de elementos (creencias, costumbres, rituales y saberes) que lo convierten en un hecho cultural, algo que el propio Menotti se encarga de defender en la mayoría de sus declaraciones, y Venezuela no es la excepción.
Aunque el desarrollo profesional del balompié venezolano haya recorrido y siga recorriendo un mar agitado, con más frustraciones que alegrías, esto no se traduce en la ausencia de una cultura futbolística.
Desde aquel primer partido que se jugó en el país en 1876 -para conocer nuestra historia es imprescindible volver a las obras de Jesús García Regalado y de Eliézer Pérez Pérez, entre otros-, en el país fue creciendo la afición por este juego. Una vez que se organizaron equipos y torneos el “hecho cultural” se convirtió en una realidad.

Llegados a este punto es relevante aclarar que el hecho cultural no depende exclusivamente de los resultados en el campo sino que se alimenta de señas de identidad y del sentido de pertenencia.
En 2017, durante una conversación para The Tactical Room, el entrenador español Xabier Azkargorta dijo lo siguiente:
“A ver, los brasileros juegan como viven: bailando; los argentinos juegan compitiendo, entrando; los alemanes juegan como viven: siendo constantes y no rindiéndose; los ingleses se parten la cara en el campo y luego van juntos a tomarse una cerveza; los italianos igual: te adulan, te hablan bonito de tu novia, pero cuando te descuidas te han robado la cartera, te han robado todo. Se juega como se vive es un concepto muy importante.”
Aquel concepto podría expandirse a los pueblos que integran cada nación; el fútbol que se juega en Mérida posee características diferentes al que se practica, por ejemplo, en la zona oriental de nuestro país.
Lo mismo sucede en todos los lugares del mundo, convirtiendo al fútbol en una perfecta ventana hacia las diferencias y las semejanzas entre cada región. No se olvide la reflexión del filósofo español José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”.

La definición “se juega como se vive” sugiere el respeto por aquellos rasgos característicos de cada población. Al mismo tiempo los defiende, alimentando la batalla contra la homogeneización impuesta por la modernidad. El hincha del Deportivo Táchira, del Caracas FC, del Portuguesa o de Estudiantes de Mérida, se ocupa de la actualidad del equipo, pero además, siente que esa institución representa valores que a él, como individuo y parte de un colectivo, le representan, le hacen sentir pertenencia.
Esa amalgama de hechos (valores, creencias, historia, costumbres, leyendas) convierten al fútbol en un hecho cultural que no merece ser despreciado.
El manoseado concepto de identidad futbolística, que muchos mencionan y pocos explican, está tan relacionado con las diferentes manifestaciones de cada región o nación que no en vano entrenadores como Marcelo Bielsa, Pep Guardiola o José Mourinho han dedicado parte de su tiempo a estudiar la características de cada lugar en el que les ha tocado ejercer su oficio.

Por ello, es inexacto afirmar que nuestro país no posee cultura futbolística. Tampoco parece correcto el uso de esa tesis como justificativo al irregular desarrollo de la actividad en esta tierra. Si se juega como se vive, el éxito y las frustraciones están emparentados a cómo somos, tanto individualmente como colectivamente. El fútbol venezolano tiene su identidad, que es la nuestra como venezolanos, y es un hecho cultural. En vez de negar la existencia de estos dos ítems sería más productivo preguntarse, ¿qué se ha hecho para desarrollar y mejorar la puesta en escena de esta actividad?
Ahí radica el primer paso para fomentar el incremento competitivo que añora el hincha. Y, probablemente, el punto de partida hacia una mejor sociedad.
Te invitamos a escuchar el podcast de Ignacio Benedetti, Mi fútbol venezolano, disponible en los siguientes links para Ivoox y Spreaker.