
Hace unos días, en diversas plataformas de comunicación, hablé sobre los ídolos y el fútbol venezolano. Llegué a la conclusión, a partir de cinco puntos explicativos, que nuestro balompié no genera ídolos ni tampoco pareciera tener mucho interés en crearlos.
Dicho esto, las despedidas por redes sociales de los futbolistas Alejandro Guerra y Ronald Vargas han caído como un trago amargo para quienes hemos sabido disfrutar su fútbol. Así, por un video o una publicación en Instagram, anuncian que ya no siguen más.
Si bien ambos futbolistas terminaron sus carreras viviendo y jugando en el extranjero, no me cabe duda que hubiera sido atractivo para los aficionados que sus últimos trabajos profesionales se hayan dado en Venezuela. En este apartado, también podemos sumar a Oswaldo Vizcarrondo, casualmente, tres productos de la prolífica cantera del Caracas. Tres futbolistas que aportaron enormemente en ese cambio radical que significó el equipo rojo en la primera década del nuevo milenio con respecto a lo que fue en los noventas. Tres hombres que vistieron la camiseta de la selección nacional, cuyas carreras en el extranjero han sido por demás, exitosas.

Hace poco pude conversar con Vizcarrondo y me comentó que había tocado la puerta del Caracas para conversar la posibilidad de retirarse con la camiseta del equipo avileño y la respuesta es que no hubo interés de parte de la directiva en que eso se diera. Independientemente de las decisiones gerenciales que se tomen en la sede de la Cota 905, hacer un esfuerzo (al menos eso) por darles la oportunidad de vestir su camiseta por última vez, sería un privilegio, para el club y para el futbolista.
Insisto, no quiero discutir las decisiones gerenciales ni como se gestionan los asuntos. No quiero hablar sobre cuánto se le puede pagar a un jugador de estas características o si puede o no entrar en la planificación deportiva de la plantilla, pero cuán atractivo sería para la gente volver a ver a un campeón de Libertadores, a uno de los futbolistas más talentosos de la historia que hizo una carrera brillante en Europa y un defensor que vistió las camisetas de equipos como Olimpia de Paraguay, América de México o el Nantes francés, con los colores del equipo de sus amores.

Entonces, son futbolistas de alta calidad, vinculados en sus raíces con la institución más ganadora del país. No creo que por el hecho que hayan constituido piso en otros países, se nieguen a jugar en el país aunque sea seis meses. Si les preguntas a ambos, el hecho de venir a Venezuela, con todo lo que eso representa, no sería un obstáculo para jugar sus últimos partidos en el campeonato nacional.
Cuando fomentamos el arraigo, las ganas de sentirse representado y eso que tanto gritan las barras a toda voz como “amor a los colores”, se genera un vínculo representativo entre el club y su gente, un activo intangible que va más allá del negocio, pero que también hace grande a las instituciones.
Ojalá pronto podamos volver a tener una Venezuela donde sea solo el análisis futbolístico el que se ponga en consideración para darle a los más grandes una despedida como se merecen: en la cancha, con la gente.
Que no se sigan yendo sin despedirse donde debe ser.