
En el argot militar, la “D” significa “decisivo”. La Operación Overlord, que el domingo pasado conmemoró 77 años de su realización, se denominó Día–D justamente porque los aliados durante la Segunda Guerra Mundial sabían que el 6 de junio de 1944 sería el día decisivo en el conflicto, con el desembarco de las tropas en Normandía, Francia. Y mire que sí fue decisivo: la operación fue el mazazo para acabar con las aspiraciones imperialistas del nazismo en Europa.
Bueno, para José Peseiro, el choque del martes ante Uruguay será su Día–D. Y no lo digo porque será despedido de su cargo (cosa que realmente desconozco y sería un despropósito con la Copa América a la vuelta) en caso de que no consiga vencer a la Celeste, sino que de no hacerlo prácticamente las esperanzas de clasificación al mundial de Qatar estarán prácticamente dilapidadas.
Y no son las estadísticas que presenta Míster Chip las que justifican este análisis: ya no habrá de dónde asirse para remontar cuando ya estamos más próximos a cerrar la primera vuelta que de haberla comenzado. Tendría que producirse un sacudón cual nunca se haya dado en la historia de la Selección para lograr una remontada que nos permita soñar al menos con el repechaje.
En la rueda de prensa que ofreció Peseiro (acompañado de Josef Martínez) la mañana del lunes en el hotel de concentración, se apreció una sensación que nunca se había dado en cada encuentro con la prensa del portugués: pocos representantes de medios, menos sonrisas, más tensión y muchas ganas de eludir preguntas comprometedoras acerca de su futuro, el de la selección y, sobre todo, explicaciones del mal partido ante Bolivia: “Jugamos el peor partido desde que dirijo a la Selección”, aseguró ante una pregunta que le formulé.
Sin embargo, evoco otro momento similar que sirvió para azuzar una reacción de parte de la selección: en vísperas del duelo ante Paraguay en Asunción por las eliminatorias al mundial de Brasil, César Farías tenía el agua al cuello luego de haber caído derrotado ante Perú en Lima. El hoy técnico de Bolivia tomó decisiones que pudieran ser consideradas descabelladas en su momento: hizo debutar a un imberbe Josef Martínez con 19 años en punta de ataque y le dio el lateral izquierdo a Roberto Rosales. Admitió que, de no haberle salido la jugada maestra a favor, hubiera dimitido: Venezuela ganó en Paraguay 0-2 y la ilusión de clasificación se renovó.
Ante Uruguay, sin la columna vertebral de la selección ausente por lesiones y sanciones, habrá que tomar decisiones trascendentales y riesgosas. Deben ser asumidas de una vez por todas. Si la ilusión quiere seguir flotando y no hundirse al fondo del mar, Venezuela no podrá tener ninguna actitud de timidez en el Olímpico y deberá poner en escena todo lo que el portugués ha pregonado que quiere de su equipo. No hay mañana y si no se asume la supremacía del juego ante una hambrienta Uruguay, Venezuela quedará para vestir santos.
Más que riesgos en los nombres, serán riesgos en la actitud. Habrá que rondar el partido perfecto para poder vencer a Uruguay y eso más que de decisiones técnicas depende también de la actitud y el compromiso que pongan en el campo los once elegidos.
La eliminatoria ha sido dura para José Peseiro. Ha aprendido lo difícil que es el fútbol de acá abajo en el continente. Aprendió que La Paz no es un mito y que, si no planificas todo al más mínimo detalle, pasará lo que el jueves. Y sigue conociendo realidades que sabíamos, solamente las descubriría en el camino.
El crédito lo mantiene el portugués, pero dependerá mucho que se mantenga después de lo que pase contra Uruguay. Son más que tres puntos lo que está en juego. Es la hora de dar el golpe y si la epopeya es la única forma de hacerlo, pues habrá que lograrla como dé lugar.