
Táchira llegó a Caracas el miércoles para la gran final, que se disputaría el sábado. Pocas veces en el fútbol venezolano el partido más importante del año se definió con los dos equipos con mayor afición (y títulos) en el país. Al aurinegro le tocó jugar un partido único para definir campeonato en el hogar de su más enconado rival. La afrenta fue doblemente exigente y lo lograron. Fue una gesta épica.
Y llegaron el miércoles porque Juan Domingo Tolisano, su técnico, quería sacar al grupo del entorno que le presiona. “Nos vinimos porque aquí estamos más tranquilos y lejos de toda exposición”, dijo el joven estratega sancristobalense poniendo en el piso un mate, herencia clara de su ascendencia argentina, en el penúltimo entrenamiento del equipo antes de aquel glorioso sábado 11 de enero, otra fecha que guardará en la retina la afición atigrada.

Táchira tiene un técnico muy joven. Tolisano cumplió 37 años, pero con la piel curtida que deja haber disputado (con la última) seis finales en la que solo había ganado una (Copa Venezuela con Mineros en 2017), hasta que logró la tan ansiada estrella. Muchos le ponían el carácter de “segundón”, como un gafe, a los que él le responde categóricamente: “Ha sido parte de mi carrera eso, pero he llegado a finales y nunca es fácil llegar a una final. Hemos repasado qué cosas debemos o no debemos hacer y qué cosas hicimos. No lo dejamos de lado”, explicaba al ser consultado si el peso de esos cuatro subcampeonatos eran un tormento o un elemento de motivación para ganarle a Caracas la final del torneo.
En la última visita de Táchira a Caracas antes de la final, la derrota 2-0 ante el mismo rival en el mismo escenario, se acusó a Tolisano de tomar demasiadas previsiones. Eran otras las condiciones, una fase de grupos es muy distinta a una final a partido único y él lo sabía. Tenía que salir a ganar, sin ningún tipo de especulación. “Un año de trabajo se resuelve en un solo partido en el cual debemos salir a querer ganarlo sin temor. Vamos a salir a buscarlo”, respondía sin titubear. Así, Quintero fungió de calcomanía de Akinyoola, anulando el ataque rojo, le quitó la pelota en el medio a Flores y Castillo y, si bien pudo haber liquidado al rival en la prórroga, volvió a ser precavido en demasía. Los penales resolvieron lo que Caracas evitó con 10 hombres después de la expulsión de Bonsu.
Sobre cómo visualizaba un partido en el que ya se conocían lo suficiente y con formaciones cantadas de memoria, creía que no había que desbocarse, más allá que la intención sea ir a ganar. “Ambos tenemos jugadores determinantes y lo importante es que anden bien, que el colectivo ande bien, tener paciencia para llevarlo de manera correcta, leer los momentos, que tengamos capacidad de respuesta en los momentos difíciles del partido”. Y así fue el partido, más comedidos que en los duelos anteriores.
En San Cristóbal no ocultan que el técnico que llegue se le exige ser campeón. Siempre. Lo pide la gente y la directiva lo ve igual. Aunque se pueda pedir más cabeza fría y menos pasión a los que toman decisiones, no se puede ir a contracorriente: es ganar o ganar siempre. Una presión ineludible. Desde que llegó en marzo de 2019, ha sido algo habitual en su vida. Además, ya había trabajado en las menores del club y como asistente técnico de Daniel Farías, por lo que la presión no es novedad para él. “Ganar te genera presión. Presión de los objetivos personales. La presión está en todo momento, estamos jugando por un título en la historia, pero desde el primer día hay presión porque eres candidato. La presión la manejamos con trabajo, entregamos el máximo y después esa presión hay que llevarla al punto que favorezca, que te lleve a ir a más. No caer en la ansiedad y desesperación del partido, la presión es algo natural”. Por eso, minutos después de levantar la copa, no había mejor manera que celebrarlo con su esposa y sus dos hijos. Fue un alivio enorme que desembocó en esas lágrimas de alegría después que Marlon marcara el penal decisivo. Un respiro muy hondo.
No creía que esa presión disminuyera cuando por segundo año consecutivo le ha asegurado más de siete millones de dólares de ingresos al club al clasificarlo por dos veces a la fase de grupos de la Copa Libertadores de América: “Cuando llegamos entendimos que debíamos devolverle al club la competitividad, de devolverlo a la fase de grupos de Copa Libertadores. Era una necesidad, la clasificación a fase de grupos en dos años consecutivos. Hemos trabajado para lograr esto. Nos da tranquilidad pero ahora jugamos por la gloria”. Y la alcanzó.

Había una motivación especial para este partido. Desde que la campaña comenzó y Edgar Pérez Greco decidió jugar un año más, había un compromiso de todo el grupo en retribuirle todo lo que el flaco le ha dado en más de 400 choques vestido de amarillo y negro al club. “Él es todo. Es nuestro guía, símbolo y capitán dentro y fuera de la cancha. Como grupo de trabajo nos debemos a él, a devolverle todo lo que ha dado a esta camiseta. Él es el gran artífice de lo que el grupo es hoy día a día”. Un mensaje descifrado en esas ganas que tenía el grupo en darle un título al club y al ídolo. Era una motivación y lo concretaron. El flaco está feliz y el grupo le cumplió.
Más allá de las dos finales consecutivas alcanzadas, Tolisano desconoce si el banquillo atigrado en 2022 contará con su presencia: “No es una pregunta que yo pueda responder. Queremos terminar con el abrazo de emotividad y luego se verá. No hemos conversado de manera formal”, responde.
Su mensaje a la afición hablaba de creer: “Llegué a Táchira en un caos: en el apagón, sin luz, sin agua. Ese día mi mensaje es que había que creer en que podemos ganar. No dejen de creer”. La gente le tomó la palabra, creyó y aún están celebrando.
Y en San Cristóbal creían que en la noche del sábado la gloria llegaría al levantar su novena estrella. Nada menos que eso. Hoy, Táchira y sus hijos regados por el mundo siguen la fiesta.