
“Las grandes mentes discuten ideas; las mentes promedio discuten eventos; las mentes pequeñas discuten con la gente”. Eleanor Roosevelt
La norma 10 de las Reglas de Juego de FIFA establece que “el equipo que haya marcado el mayor número de goles durante un partido será el ganador.” A partir de ese enunciado podría afirmarse que el fútbol, en su espíritu originario, obliga a los equipos a desarrollar estrategias que le acerquen al área rival. Sin embargo, con el paso de los años, algunos grandes entrenadores comprendieron que ese solo gol de ventaja daba también la alternativa de desarrollar mecanismos colectivos de carácter defensivo que limitaran los avances del oponente.
A ambas corrientes de pensamiento les une la intención de obtener una victoria y para ello entrenan e imaginan diferentes maneras de ocupar espacios útiles en el campo y sacar provecho de ello. Herbert Chapman y Johan Cruyff, por ejemplo, compartían un mismo objetivo: que sus equipos compitieran de y maximizaran sus probabilidades de superar al oponente. No obstante, sus ideas, estrategias y formas eran distintas: el inglés, fue el mayor revolucionario en cuanto a la identificación de esos espacios libres y útiles, mientras que el otro, el neerlandés, puso al balón como el centro gravitacional de su modelo.
En este punto se abre una ventana hacia la inagotable riqueza del fútbol.
Cuando un entrenador, bien sea de intenciones proactivas o reactivas, desarrolla un estilo de juego no hace otra cosa que imaginar; en su mente convergen un sinfín de posibilidades que luego, dadas las capacidades de los futbolistas que dirige y su propia aptitud para acompañarlos en el proceso de optimización de sus virtudes, debe reconocer como probables o viables. Ese proceso de reflexión es lo que se conoce como un debate de ideas.

Entre tantos ejemplos sobre lo que en realidad es una discusión futbolística, algo totalmente alejado al circo que hoy prevalece, se encuentra en el nacimiento de “La Máquina”, la versión más admirada del River Plate argentino. Previo a un partido, Adolfo Pedernera, goleador y estrella de aquel conjunto, y Carlos Peucelle, ex futbolista y parte de los entrenadores de la institución, protagonizaron un diálogo que ayudó en la construcción de uno de los más importantes equipos de la historia:
“¿Nos venís a ver mañana?” preguntó el goleador. “¿Para qué? ¿Para ver cómo te come Ignacio Díaz? Si me prometes arrancar de atrás como ya dijimos, entonces vengo”, le dijo Peucelle. La respuesta del ídolo fue contundente: “Te espero”.
El diálogo, descrito en el libro “Fútbol Todotiempo y La Máquina de River”, escrito por Peucelle, simboliza la conclusión de lo que fueron muchas conversaciones en las que los protagonistas debatieron sobre el posicionamiento del delantero y los beneficios personales y colectivos que produciría una pequeña modificación.
Sobran ejemplos de debates intelectuales en el fútbol que propiciaron grandes cambios en el juego. Sin embargo, la superficialidad con la que se habla de este deporte en los grandes medios invita a desprestigiar este tipo de intercambios; son estos mismos protagonistas quienes reducen un triunfo a valores intangibles como la épica, la historia o el peso de la camiseta.
Un ejemplo reciente de esto que aquí se narra fue la conversión de Lionel Messi en falso 9, un episodio que la gran mayoría conoce pero que por alguna razón prefieren emparentar con el genio de su entrenador y no con las horas de reflexión e intercambio de ideas que propiciaron esa modificación.
Es imprescindible recordar que el reglamento del fútbol no establece cómo debe jugarse este deporte. Es inflexible en cuanto a diferentes aspectos como la duración de un partido, las medidas del campo, el número mínimo o máximo de futbolistas o que, como se lee en párrafos anteriores, un partido lo gana quien haya marcado un gol más que su adversario. Por otra parte no limita estilos ni establece roles definidos, salvo en el caso del portero.

Esa libertad que las normas dan a los entrenadores para “disponer” geográficamente a sus futbolistas según lo que consideren conveniente, más la inventiva y la capacidad de reorganización de estos en cada circunstancia del juego, son producto de la imaginación y los pensamientos, es decir, de las ideas. Por ello, no basta con identificar si tal o cual equipo es reactivo o proactivo; son las ideas y su ejecución aquello que distinguen a cada equipo y a cada propuesta. No son lo mismo, aunque compartan puntos en común, el cerrojo ideado por Karl Rappan y el catenaccio de Nereo Rocco, como tampoco son idénticos el Barcelona de Johan Cruyff y el de Pep Guardiola.
Cuando aparezca la tentación de generalizar, de englobar propuestas similares bajo un mismo concepto, de reducir el análisis a sentencias simplistas, debe recordarse que este es un juego protagonizado por seres humanos. Dado que no existen dos individuos idénticos menos pueden haber dos equipos iguales.
La riqueza del fútbol, aunque nos digan lo contrario, no reside en los esquemas posicionales sino en aquellos que juegan y en quienes lo piensan. Jugar es poner en práctica lo que se imaginó, lo que se pensó. Jugar al fútbol es darle vida a las ideas.
Te dejamos en este link todas las entregas de Teoría del fútbol, especial de Ignacio Benedetti para Idioma Futve.