
Hubo un tiempo no muy lejano en el que el fútbol era materia de discusiones y debates. Se daba por descontado que el resultado es un hecho real e indiscutible, sin embargo, al ser este deporte una actividad abierta, permeable a un sinfín de influencias, las grandes disputas se situaban en el plano ideológico. Esto dotó de una gran riqueza al juego, ya que grandes entrenadores, periodistas y estudiosos se dieron a la tarea de explicar conceptos, principios y métodos.
Eran años en los que no se padecía la insoportable oferta mediática actual -el fútbol convertido en consolador social, Lillo dixit-, lo que permitía al ser humano disfrutar de tiempo para la contemplación y la reflexión, acciones necesarias para alimentar el ideario y la imaginación. Contrario a los postulados que comercia la modernidad, nadie se jactaba de observar decenas de partidos cada fin de semana, mucho menos promocionar semejante insensatez como prueba de una sospechosa sabiduría. En fin, que esta gente, que realmente vivía por el fútbol y no únicamente del fútbol, sabía y comprendía “que quién solo sabe de fútbol ni de fútbol sabe”.
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Los porcentajes de posesión de la pelota son un ejemplo de la vulgaridad que se ha instalado en el fútbol. Desde que se introdujeron y se comercian como verdades absolutas, los espacios de “debate” se han apoyado en ese ítem para celebrar insoportables discusiones en las que se celebra o se condena a un equipo o a un entrenador. Es más fácil aparentar conocimiento desde esa trinchera que adentrándose en lo que hace cada equipo cuando dispone del balón y cómo se comporta cuando no.
Esto es lo que describe la singularidad de cada conjunto; no son los números ni las estadísticas sino el factor humano lo que enriquece a este deporte. El hombre-futbolista y su singularidad no pueden ser reducidos a mal llamados esquemas tácticos ni a porcentajes de posesión.
En 1966, Carlos Peucelle, citado por Dante Panzeri, contaba la siguiente anécdota: “En 1946, Lanús nos puso diez jugadores a defender y adelante quedó solamente Arrieta. Tuvimos ochenta minutos de dominio total. Lanús hizo dos contraataques y Arrieta nos hizo dos goles y ganó el partido…”. No era un lamento sino una exposición de que en este deporte tienen mayor peso el cómo y el qué que los cuánto.

Durante el ciclo en el que Rafael Dudamel conducía la selección venezolana de fútbol, parte del análisis se ocupó de la alineación de Tomás Rincón, Yangel Herrera y Junior Moreno como centrocampistas titulares. Se habló de “trivote” e incluso se calificó aquella propuesta como defensiva. Sin embargo, aquella versión, como sucede con cualquier otro equipo, ni era defensiva ni tampoco ofensiva. Intentaba, desde la comunión entre las ideas del entrenador y los jugadores con que contaba, encontrar formas más eficientes de reorganizarse.
¿Qué significa reorganizarse? Cambiar las maneras en como está estructurado un equipo de fútbol. Para entender mejor este concepto es necesario rescatar el argumento de Martí Perarnau según el cual, el fútbol es una actividad líquida que no se adhiere a criterios sólidos e inmodificables; el juego nos enseña a que esas formas que creemos firmes conviven dentro de una dinámica que las acerca más a procesos de cambio que a la estabilidad que la mayoría le presupone.
En cuanto al equipo de Dudamel, si se atendía superficialmente a la disposición inicial del conjunto, eso que popularmente se conoce como esquemas tácticos, era natural pensar que la selección tenía un espíritu conservador. Los gráficos de TV o las crónicas escritas no ayudan a identificar las pretensiones de un equipo ni su adaptación a los aconteceres del partido. En consecuencia, aquella distribución espacial inicial, como cualquier otra, no era más que una referencia, un punto de apoyo, si se quiere, ya que los tres centrocampistas mencionados no poseen características idénticas -los puntos en común que tenemos con otros seres humanos no nos convierten en copias al carbón- y sus roles eran diferentes, dependiendo, por su puesto, de cada momento del partido. Desconocer las condiciones propias de cada jugador en favor de la evocación a estructuras aparentemente sólidas tiene poca relación con este deporte.

Un patrón actual que sigue el mismo camino que aquí se denuncia se haya en la pretensión de equiparar, o por lo menos crear similitudes, entre el joven proyecto de José Pékerman y el que condujo José Peseiro. Este intento de crear similitudes se basa en que ambos alinearon tres defensores centrales y dos carrileros, por llamarlos de una manera. Aquello no sería más que una anécdota, ya que como se ha podido comprobar en los escasos partidos que ha dirigido el argentino, las intenciones y la reorganización de su equipo se parecen en poco a las del portugués. En el fútbol hay que diferenciar entre similitudes y réplica: la primera es moneda común en cualquier conjunto respecto a otros; la segunda es un imposible, es pescado podrido.
Una última consideración para reforzar el espíritu de estas líneas: el denominado “Fútbol Total” que practicó la selección neerlandesa en los años 70 no era idéntico al que caracterizó al River Plate de la década del 40; tampoco el FC Barcelona dirigido por Pep Guardiola fue una copia al carbón de aquellos dos exponentes de ese estilo. El factor humano que componía a esos planteles y la adaptación de la idea a su tiempo las diferenció, por más que entre ellas hubiesen similitudes tan fuertes que las emparentó para siempre.
Por ello hay que reafirmar, hoy y siempre, que el fútbol no se explica a través de una simple cuantificación de hechos o factores, sino que esta actividad es el producto del qué y del cómo. Ahí está su riqueza; no lo vulgaricemos este juego como consecuencia de nuestras propias miserias intelectuales.
Te invitamos a escuchar el podcast de Ignacio Benedetti, Mi fútbol venezolano, disponible en los siguientes links para Ivoox y Spreaker.
Saludos, Ignacio
Muy real lo que dices, pero en un partido de fútbol se deben ver todas las aristas que aparecen en el juego, a veces sales a buscar un resultado pero te sorprenden y quedas un poco impactado por eso y tienes que volver al juego y mirar lo que pasa no lo que ocurre para ajustar el equipo y voltear el resultado, con simples cambios se puede transformar el equipo y a veces necesitas cambiar de táctica y estrategia para lograrlo, no hay un todo es una mezcla de la técnica y la malicia futbolistica que se tenga como entrenador a través del tiempo, eso te indica porque sendero tienes que irte.
Dt. Ali Muguerza