Los cambios de piel de La Vinotinto de José Peseiro

No es un asunto meramente de idiomas. Para vender necesitas ser un habilidoso orador, con liderazgo y capacidad de transmitir un mensaje preciso, para enamorar a tu cliente y que, al final del camino, termine comprando el material que deseas. Salir de una piel para otra.
Pero tampoco es un asunto de lenguaje estrictamente oral. Para vender con éxito se requiere de la habilidad de un romántico empedernido, que busca conquistar a la persona a la que intenta enamorar. Demostrar, más allá de las palabras y del contexto, que eres capaz de estar, así sea bailando bajo la lluvia, o en las mejores condiciones, en la buena y la mala, para ese ser. Estar allí, aunque cambie la cobertura del cuerpo. Aunque se desprenda la piel.

José Peseiro comenzó una cruzada hace algo más de un año, cuando “tomó las riendas” (nominalmente hablando, porque la realidad indica que el ejercicio del cargo vino después, mucho después) de la Vinotinto en febrero del pandémico 2020.
Intentó en ese proceso vender a los jugadores su idea, la de cambiar el chip y hacer cosas diferentes (“para llegar al Mundial hay que hacer algo más que resistir y aguantar. Si queremos clasificar tenemos que hacer cosas diferentes”, dijo en alguna entrevista), queriendo obtener una reacción más ofensiva en el jugador venezolano, y motivarle a ir a buscar los partidos.
La Vinotinto, nadando en aguas turbulentas
Pero a veces, en las ventas y en la vida, las cosas no salen cómo se esperaba. Algunas se ganan, otras se pierden.
En su proceso de vender, a Peseiro, de discurso claro y diáfano como seleccionador venezolano (más allá de que muchos no le entiendan el “portuñol”) le salieron muchas cosas bien en su intención de ganarse al jugador, pero las circunstancias le han puesto a remar contra corriente para lograr sus objetivos.
La ley de oferta y demanda de la Vinotinto le requería a Peseiro comenzar a trabajar e ir ganando, sobre la marcha. En las condiciones normales, había que usar la Copa América para cimentar su idea y a partir de allí, crecer en el clasificatorio.

La realidad es que llegó la pandemia, no hubo amistosos ni Copa, el estreno fue ya en la eliminatoria y por los puntos del premundial, con solo cinco días de trabajo, y eso que parecía una cosa segura, la compra de la idea en las cabezas de sus jugadores, se volvió una venta casi frustrada, para de pronto mutar en algo más, solo un mes después.
La disposición de los jugadores en noviembre del 2020, contra Brasil y Chile, y sobre todo, la victoria sobre los australes, dejaban espacio para pensar que el DT comenzaba a tomarle la manija al equipo. Que lo que en octubre parecía que no, un mes después si daba frutos. Había vendido bien su idea.
Era la habilidad del portugués de convencer a su tropa. De llevarlos a sus preceptos y convicciones. Es una idea que a los efectos del público aún no tiene forma fija, y que le ha toca menear cada vez que las circunstancias se lo han requerido. Pero hay valores de enorme estima, cómo el esfuerzo, el sacrificio, la entrega y la competitividad.
En junio, el portugués cometió el error de subestimar la altitud de La Paz, y se volvió a quebrantar esa fe que se requiere para que te compren el producto Vinotinto. Parecía que volvía al punto cero.
Disposición a cambiar
Pero en un alarde de coraje, desespero, o todo junto, Peseiro volvió a cambiar. Y sus jugadores, en lugar de quedar confundidos, parecen estar cada vez más metidos en su dinámica, en su mensaje. Le han comprado la idea. Y la defienden.
Ante Uruguay hubo una nueva movida de tablero, se pasó de un módulo con cuatro defensores a tres y dos carrileros, y del medio hacia arriba, entendió que la llegada de esos sube y bajas en los costados le permitía canalizar la constante internadas hacia el centro de sus jugadores de banda. Y si bien es cierto no anotó (VAR mediante, anulando correctamente un gol a Josef Martínez), la respuesta le permitió controlar el partido ante los charrúas. Venezuela no pasó trabajo ese día, e incluso, hizo sufrir a su rival a ratos.
Y todo en dos días. Se requiere de una gran capacidad para enamorar, de tener “la labia”, el discurso necesario para convencer a los jugadores, para obtener una respuesta tan rápida sin trabajos previos, ni amistosos para probar cosas nuevas.
Después, llegó la debacle de la irresponsabilidad de la burbuja y los contagios del COVID en la selección, y a Peseiro le tocó volver a enamorar. Se quedó sin medios ofensivos, con solo tres delanteros, y teniendo que utilizar a jugadores del torneo venezolano, que nunca habían trabajado bajo su mando. Y todo este contexto, Justo antes de enfrentarse a Brasil.

El partido en Brasilia era la batalla del Paso de las Termópilas. La Canarinha y su equipo arrollador, ante una Vinotinto armada a retazos, sin sus referencias principales, condenada a morir. Y volvió a jugar, y no lo hizo mal. Fue superado por su rival, sí, pero con apenas 24 horas para rearmar el entramado, el estratega portugués tuvo, una vez más, que modificar su idea. Y su tropa de espartanos, lo asimiló de la mejor manera.
Y así también quedó plasmado ante Colombia, donde caminaron por la cornisa sin caerse; y salvados por Wuilker Fariñez, volvieron a sacar un punto sufrido, con una idea más parecida a lo que fue durante Dudamel, que al partido contra Uruguay de hace apenas semana y media.
Tantas mutaciones en tan corto tiempo solo pueden tener un acicate. El grupo le compró al técnico sus maneras. Lo respalda y se entrega, porque creen en su mensaje claro y diáfano. Cambiante, sí, porque las circunstancias lo han requerido. Pero Peseiro vendió bien, aunque caro, la idea de competir a cualquier costo.
Los dos últimos retos, contra Ecuador y Perú, le demandarán otra exigencia diferente al portugués. Y habrá que ver hasta qué punto puede volver a vender exitosamente otro cambio de piel.
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