
El fútbol es como la vida misma. Pude ser una frase trillada, usada, repetitiva, a veces sin un sentido real, dependiendo de quien la pregona. Sin embargo, nada más cierto: el fútbol te da y te quita, te encumbra y te hunde, te premia y te castiga.
Leo González y Pedro Vera son el tándem más famoso que ha habido en la historia de los banquillos del país. Juntos, los trujillanos han construido una imagen indestructible a punta de trabajo y objetivos alcanzados. Se han acostumbrado a hacer frente en las adversidades, pocas veces han contado con abundancia para planificar y en todos los casos, han salido por la puerta grande.
En su carrera, la tónica común ha sido el triunfo. Desde Trujillanos, pasando por La Guaira (equipo en el que trabajaron con más holgura económica), Lara, Estudiantes y la selección nacional de Venezuela, la constante ha sido su profesionalismo y gestión de plantillas. Se ganó a buen pulso la fama de triturar rivales en duelos de ida y vuelta, porque su labor en duelos de “mata – mata” era siempre exitosa. Sin embargo, siempre entendí que el fútbol no le había dado lo que realmente merece.
🆕👨🏻🏫
¡𝐁𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐑𝐨𝐣𝐨, 𝐋𝐞𝐨𝐧𝐚𝐫𝐝𝐨 𝐆𝐨𝐧𝐳𝐚́𝐥𝐞𝐳! 🔴#SomosCaracas #DaleRo pic.twitter.com/Xb0LtU4gtf
— Caracas Fútbol Club (@Caracas_FC) November 1, 2022
Su paso por la selección acrecentó ese estigma. En vez de ser un merecido premio a su trayectoria y trabajo, fue un bombero en el atardecer de una eliminatoria despedazada desde el principio. Le tocó manejar un proceso acribillado por los cambios, por las deudas, por el descontento y solo sirvió para dar la cara cuando pocos o nadie querían saber algo de dirigir a la Vinotinto. Sin embargo, más allá de los resultados negativos, su prestigio no se vino a menos y la Venezuela futbolera terminó valorando la hombría de tirar del carro en el momento más difícil.
En Estudiantes volvió a vivir la ingratitud de la vida y del fútbol. Se convirtió en poco tiempo en un ídolo del aficionado académico por convertirse en el eje motivador de un grupo que tuvo que lidiar en el limbo con el futuro de un equipo que hoy aún es solo incertidumbres. Ahí, con medio año sin recibir paga, sacaron nada menos que una clasificación a Copa Sudamericana con, quizá, el mejor juego visto entre todos los equipos en la recta final de las fases finales.
Eso le sirvió. No para llevar el pan a la casa, sino para terminar de acrecentar su currículo de técnico capaz, ganador, luchador. Y el fútbol no le dio la espalda, como a veces la vida también te sonríe.
Se dejó ver en Puerto Ordaz. Muchos pensaban que Mineros sería su próximo club, donde planifican un proyecto muy tentador basado en la gran savia nueva que fluye de su cantera. Pero Caracas pudo más. Pudo más el pasado pesado con la camiseta del rojo. Leo González es uno de los más grandes defensores de la historia del equipo y conoce las mieles de lo que es trabajar en esa empresa. Sabe de la seriedad con la que ahí se encaran los proyectos y decidió no dar más vueltas al mercado. Leo llegó a donde debía llegar.
Hay muchas esperanzas puestas en un hombre de la casa para reavivar al Caracas. Una Copa Sudamericana como mal menor será el primer activo no humano con el que él contará para 2023. Está alegre, satisfecho. Planifica lo que viene con mucho detalle, pero con la satisfacción de que el fútbol le está premiando. Ha llegado al equipo más ganador de el país y él lo merece más que nadie.
Enhorabuena, Leo. Que lo que venga sea lo que mereces.