
Lo conocí hace diez años, por allá en 2012, cuando apenas tenía 20 años. Quería comerse el mundo. Un chamo excesivamente temperamental que había debutado con Caracas y ya tenía goles en la máxima categoría. Hablo de Anthony Uribe.
Atlético Venezuela, que había vuelto a Primera con un proyecto muy serio comandado por José Hernández, lo tomó prestado para que fuera su centrodelantero. Siempre tenía una meta: no era la de volver a Caracas, era la de irse al extranjero. Porfiado, terco, gritón, malencarado, a veces introvertido, cejo fruncido. Daba la impresión que lo podía más su carácter que el talento.
Bastó que Alí Cañas lo agarrara en 2018 en Zamora. Le dio la confianza necesaria para ser el líder del ataque de aquel equipo escoltado por unas balas como Erickson Gallardo y Antonio Romero. 16 goles en la temporada fueron el aval para ganarse el pasaporte a un sueño: Belgrano de Córdoba, entonces en la Primera de Argentina, se lo llevó. En el equipo pirata, no fue tomado en cuenta.
Lo bueno es que pudo sostener su carrera fuera del país. En Colombia, Águilas Doradas fue su destino y pudo mantenerse con cierto protagonismo, pero no tanto como del “Matatán” se espera. Desde muy joven casado con Sarait, luchar por su familia ha sido su norte. En cada entrevista y logro, ha puesto a su señora y su hijo por delante. Por eso al guaireño nadie puede acusarlo de distraerse en su carrera.

Cuando regresó a Venezuela con Táchira, Uribe llegó maduro en todo los sentidos. Mucho mejor físicamente, menos temperamental y más dialogante, más humano. Y no solo por la edad: Uribe analiza e interpreta mejor el juego, en la cancha y fuera de ella. Cada intervención en los micrófonos denota conocimiento sin atisbos de arrogancia.
Es un grandísimo delantero. Con 30 años tiene un pique y desmarque propio de un futbolista en edad juvenil. Sin ser un goleador nato, Uribe tala el camino con sus movimientos para que sus compañeros consigan la opción de marcar. Su gol en el clásico ante Estudiantes es una muestra de su capacidad de ubicación en el sitio exacto.
La celebración en el Metropolitano es significativa: hizo click inmediato con la afición y disfruta de todo lo que se vive en Táchira con el equipo. Él, un enfermo del fútbol, necesita de eso. Lo vivió en Barinas con Zamora y ahora lo retoma en San Cristóbal.
Me alegra una enormidad que este porfiado del fútbol encuentre la felicidad que a un profesional de su talla le debe este deporte. Tanta disciplina e insistencia merece el éxito y lo está alcanzando, siendo reconocido por ello.
El español Álex Pallarés lo conoce desde su paso por Atlético Venezuela. Lo sabe usar: como único punta o segundo punta, en ambos roles cumple. Su juego de espaldas al arco es de los mejores en la Liga porque sabe pivotear y da continuidad al juego. Destaca su timing en el juego aéreo, tanto como para rematar al arco como en disputas. Es un gran trabajador a nivel defensivo. “Está en un buen momento en cuanto a madurez profesional y personal”, dijo de él el estratega atigrado.
Uribe arrancó como suplente ante Estudiantes pero en pretemporada, junto con Edson Tortolero, fue el delantero que mejor se vio, dando continuidad al buen remate que hizo en la Fase Final del año pasado. Está en un gran momento y Táchira debe aprovecharlo.
Es el nuevo Uribe, el Uribe maduro.