
El viernes pasado fui invitado a la rueda de prensa de presentación de la temporada del Deportivo La Guaira, donde los convidados teníamos la oportunidad de conocer la casa club que el equipo ha construido en la zona de Alta Florida, Caracas.
Como muchas cosas en nuestro país, fue un lío que yo pudiera asistir. Tenía que cargar de gasolina mi carro además de hacerme unos exámenes médicos post COVID, lo que me hizo llegar sobre la hora solo a conocer la casa club. ¡Menos mal que pude ir!
No describiré aquí lo que vi, ya lo habrán visto infinidad de veces en las fotos publicadas en las redes. Es algo que hace unos años, no podíamos imaginar quienes seguimos el fútbol nacional desde hace mucho tiempo. No le falta nada en la atención integral de un futbolista en formación y profesional. Todo a la altura de los países más futboleros. Una tacita de plata.
Yo quiero tratar de describir lo que siento cuando veo estos pasos de progreso. Entienda que esto era inimaginable hace 25 años. Recuerdo la modesta y tan querida casa club que tenía el Marítimo a comienzo de los noventas en Los Chorros: era algo fuera de contexto. Ahora, cuando veo lo que hace La Guaira, un club que se ha mantenido fuerte a pesar de pasar malos ratos con resultados negativos, que sus directivos han insistido en seguir invirtiendo para crecer sin depender de los resultados, veo cómo comienza a generar frutos. Su clasificación a Copa Libertadores como campeón de Venezuela garantiza el ingreso de importantes recursos que están siendo invertidos en infraestructura. Como ha hecho Caracas, como hizo Zamora. Esa es la vía.
Trujillanos, en la otra cara de la moneda
Sin embargo, en la noche, la otra cara de la moneda, eso negativo que aún martilla incesantemente la cabeza de todos los que amamos nuestro fútbol: Trujillanos debutaba en el campeonato como un conejillo de indias ante un favorito Estudiantes de Mérida en su imponente estadio Metropolitano.
16 futbolistas apenas, muchos de ellos debutantes de 16 y 17 años. Jovencitos. Un solo arquero en la nómina. No fueron obligados a jugar, pero gallardamente esos niños salieron a defender el escudo de una institución. Su presencia en el campo de juego impide que el equipo sea sancionado por forfait. Bochornoso.
Lo peor no fue ni el resultado (4-0) ni ver a los chicos haciendo futbolísticamente lo que podían contra un gran rival: son las condiciones en las que se “sostienen” esos futbolistas. Muchachos que en la concentración en Mérida tenían que recibir comida delivery enviada por sus agentes para los que corrían con esa suerte, porque los otros: pan jugo y un pedazo de queso. Doloroso.
Reconozco los esfuerzos que están haciendo los directivos que asumieron ese riesgo llamado Trujillanos. Que hayan inversores que traten de salvar a un equipo no tiene nada criticable, pero sí el llevarse por delante las condiciones que merecen disfrutar futbolistas que desde el viernes son profesionales. La gallardía de los chamitos batiéndose en el campo contra figuras como “Palito” Pereira y “Pulga” Gómez no muestra que sean tratados lejos de su condición solo por salvar la categoría.
Si Trujillanos necesita descender para resetearse y comenzar de cero, que pase, pero que no pongan en riesgo la dignidad humana y profesional de esos muchachos que están dando la cara por una institución que se hunde en picada al fondo del mar. Es hora de asumir modestamente con lo que se pueda y si no se puede sostener las condiciones para mantenerse en Primera, que todo cambie. Lo importante es no desaparecer.
Siempre he considerado que las crisis sirven para reformarse y ésta sería una ocasión muy propicia para que la gente asuma el mando de su institución y lo conviertan en un verdadero club con accionistas, que de una vez asumamos ese paso necesario que amerita nuestro fútbol de que los equipos sean de sus socios. ¿Por qué no?
Así está nuestro fútbol. Es malvado y perverso negar que hay progreso, pero no podemos tapar el sol con un dedo: hay mucho qué mejorar, mucho qué corregir.
Son las dos realidades innegables de nuestro fútbol.