
“El partido era hoy”, escribió Francesco Stifano, DT del Caracas FC, en un post de Instagram tras el 2-0 en el Clásico ante Deportivo Táchira, en el que aparece una foto suya exultante de alegría tras someter a su encarnecido rival.
Y lo era, tanto para Stifano como para Alex Pallarés. Caracas y Táchira llegaban con un bagaje escaso al Clásico: de los últimos nueve partidos jugados por el Rojo, solo se había ganado una vez y en el Aurinegro, cuatro partidos consecutivos sin ganar, era el saldo deudor de ambos técnicos para este duelo. Por lo tanto, ganar el partido era un cheque de crédito al portador, un disparador para la mejora.
Ambos lo sabían, por eso la tensión inundaba los momentos previos en el Olímpico. Stifano volvió a armar el equipo tipo, aunque le dio el lateral izquierdo a Daniel Rivillo (tercer jugador que utiliza en la posición en lo que va de campaña) y le dio la titularidad a Bryant Ortega como enganche. Debutaba el jovencito en la titularidad, apuesta atrevida.
En Táchira, Pallarés dejó en el banco al recuperado Jesús Quintero y acomodó a José Luis Marrufo con “Minino” Flores en el centro de la zaga. Gabriel Benítez fue al lateral izquierdo, clara intención de usar un futbolista con mejores capacidades defensivas para detener los embates de Osei Bonsu. Volvía Yerson Ronaldo Chacón, el más desequilibrante, y planteaba un doble nueve con Anthony Uribe pivoteando y Renny Simisterra, sorprendentemente titular, como punta de lanza.
Mientras el partido estuvo con 22 futbolistas en cancha, daba la impresión que estaba para cualquiera. Caracas tuvo las dos más claras, pero Táchira era sólido y le superaba en posesión. El orden defensivo era la tónica, con mucha intensidad y roce en el campo, tanto que sobre el final del primer tiempo una simple infracción de Robert Garcés terminó por desequilibrar la mencionada igualdad.
El principal José Uzcátegui, en su segundo clásico, no supo manejar las circunstancias. Se guardó una roja clara a Ortega en la entrada a Maurice Cova, pero no usó el mismo criterio al sacarle la segunda amarilla a Garcés. Luego de hacerlo, se notó que el principal no se había percatado que ya el mediocampista de Táchira estaba amonestado e irremediablemente tenía que expulsarlo.
Esa decisión rompió el partido. Si bien se apega al reglamento en la segunda amarilla, no lo fue cuando Ortega casi le quiebra el tobillo a Cova. Además, el partido se calentó en los banquillos y Uzcátegui dejó que la batalla dialéctica entre ambos bancos llegara a niveles bochornosos, más propios de una pelea barriobajera que otra cosa.
Caracas tenía que aprovechar la inferioridad numérica del rival y lo hizo. Lo hizo bien, justo cuando Saúl Guarirapa abandonó su posición inicial de extremo izquierdo y se juntó más con Samson Akinyoola en el centro de ataque. Así, supieron aprovechar cinco minutos de aplastante superioridad roja para marcar los dos goles que le dieron la victoria a un Caracas que brinca como la espuma en la tabla. Guarirapa en el centro de ataque es dañino, alejarlo de ahí no es productivo. Insistir en hacerlo socio de Akinyoola hoy trajo frutos. Golazo del africano tras un gran pivoteo de Guarirapa, quien aprovecharía un rebote muerto en el área para marcar el 2-0 con la ayuda de Camacho.
Discutible la decisión de Pallarés de dar ingreso a Edder Farías, un definidor cuando se necesitaba más un bregador como Uribe con inferioridad numérica. Táchira no pudo sostener el aluvión rojo y cedió en aquel huracán de cinco minutos que acabó con cualquier intento de reacción.
Caracas no pierde en casa un clásico hace 17 años, lastre para Táchira que no encuentra manera de poder llevarse un botín completo de la Capital. El resultado puede dejar a Táchira fuera de la zona de cuatro y ahora tiene que ir a la altura de Sucre por Libertadores, donde está obligado al menos a lavar la imagen.
Caracas también irá a la altura de Bolivia con el objetivo de estirar las mejorías que de a poco ha ido mostrando el equipo de Stifano.
Un clásico con dos protagonistas: Guarirapa y Uzcátegui.