Una vez alcanzada la épica clasificación al hexagonal final del Sudamericano Sub 20, el seleccionador de Venezuela, Fabricio Coloccini, guardaba la mesura ante los medios de comunicación. Al periodista Edgardo Márquez le dijo que quería disfrutar el momento, pero que no estaba tan angustiado por una posible clasificación al mundial, que la meta era formar a los futbolistas.
“Obviamente y esto no lo quiero dejar en duda: queremos ganar, queremos competir, queremos clasificar y queremos ir a un mundial, pero también hay personas detrás de un jugador y lo que queremos es formarlos para que el día de mañana no tengan los mismos errores que puedan tener hoy”, fueron las declaraciones textuales del argentino ante el micrófono de Edgardo Márquez.
De acuerdo a sus palabras, es tan importante clasificar y competir, como formar al futbolista. Aquí este aspecto me parece sumamente importante, porque nos hemos acostumbrado a esperar mucho de las generaciones que han sido exitosas y creo que ahí erramos un poco. De los grupos que fueron a los mundiales juveniles de 2009 y 2017, siempre esperamos que fueran quienes recogieran el testigo para impulsar el objetivo de la selección absoluta, que no es otro que ir, por fin a un mundial. Y nos vamos quedando con los crespos hechos.
Desde lo logrado, esperamos que matemáticamente esos muchachos sean exitosos en sus carreras y nos permitan alcanzar el objetivo – país, pero poco nos hemos interesado en pensar si esos muchachos se formaron integralmente como futbolistas para ser exitosos en sus carreras y vida personal. Es posible que pensemos que un futbolista de 18 o 19 años que forma parte de una selección nacional debería tener todos los elementos adquiridos en sus clubes de formación para defender los colores de la Vinotinto, pero es que también es necesario prepararlos no solo en lo técnico y competitivo, sino en lo mental para saber asumir la responsabilidad que significa representar a tu país.
Creo que en este punto, más que en detalles técnicos y futbolísticos, es que el cuerpo técnico argentino puede aportar un plus a las selecciones formativas. Su carácter competitivo y ganador, debe internarse en el ADN del futbolista venezolano, cuyo principal carencia, identificada en distintos diagnósticos, es su fortaleza mental y saber manejar las adversidades. Ahí es donde los argentinos deben dictarnos cátedra: son los campeones del mundo, además.
No tiene sentido saltar a este tipo de torneos y escenarios a “adquirir experiencia” porque existen metas para los que hagan las cosas bien, como ir a un mundial de la categoría. Aquí está en juego la defensa de unos colores, de una identidad, de una bandera, que aunque suene romántico, es uno de los principales problemas del futbolista criollo: saber dar la cara por su país.
Formarse de manera integral también es algo que se necesita en estas edades: que el chico aprenda que su cuerpo es su instrumento principal de trabajo, su templo; que la carrera profesional tiene su fecha de caducidad y siempre tienen que prepararse para eso, que no siempre llega a cumplir los sueños futbolísticos los más talentosos sino los que mejor se preparan; que los valores humanos son los mismos del fútbol y antes que deportistas son personas y ciudadanos. Sin embargo, esta no sería tarea exclusiva de un cuerpo técnico de una selección, por lo tanto su labor sería complementaria.
Lo cierto es que no deja de ser importante la formación del futbolista ni la clasificación al mundial. Uno va de la mano del otro. El segundo es complemento del primero. Son objetivos igual de importantes. ¿Que uno sea medible y el otro no? ¿Que uno sea más subjetivo que el otro? Es muy cierto, pero si se estudia el pasado futbolístico de los campeones, de las potencias, de los atletas élites, entenderemos que mucho tiene que ver los fundamentos adquiridos durante su preparación.
